Clase 0

Curiosa la sensación de volver a conectarme con la guitarra. Era como que cada cuerda se escapaba de mis dedos, como si fuesen fideos recién preparados, así de escurridizos y calientes. El profesor me preguntaba sobre mis conocimientos, hasta dónde daba mi habilidad y si recordaba alguna de las creaciones de una década atrás, todas las respuestas fueron negativas. Me sentía demasiado torpe y viejo. Él, sin embargo, me daba palabras tranquilizadoras, que yo muy dentro las reconocía como intencionadamente falsas, bueno gana dinero enseñando y si le das duro a un alumno no muy ducho puede que lo asustes o molestes y ya no vuelva, como cuando estás en el gimnasio levantando 10 kilos en brazo y el entrenador (3 veces más grande que tú) coloca hipócritamente cara de asombro.

Hablamos de cómo yo había llegado a su clase y cómo todas las cosas van saludándose en la experiencia de vida. Ya hace unos meses que conocí a Jorge -alumno de quien ahora es mi profesor- en un accidente de carro. Él entró por una auxiliar en dirección indebida y mi chocó fuerte en el lado del piloto, cuando nos quedamos cerrando el asunto, tuve ciertas señales de que no era un tipo cualquiera. Al día siguiente cuando fue a mi casa para ir en la grúa juntos al taller tuve la gran oportunidad de conversar y conocerlo. Él es músico de profesión y para viajando entre Madrid y Lima enseñando a músicos que quieren entrar al conservatorio.

A manera de liberarse de la culpabilidad del choque él se ofreció a brindarme clases a un precio especial, yo ya le había confesado mi gran gusto y mis ganas de convertirlo en pasión. Pero puse el trabajo, los estudios y el yoga primero que esa idea y el encuentro se fue dilatando. Hasta el punto en que rompí esa pared de hielo con un martillazo y lo alcancé a ver de lejos, por desgracia él tenía su permanente viajera y no podría quedarse un tiempo fijo en la Lima para darme las tan ansiadas clases.

Asumo que sintió mi tono de voz, un tono preocupado y ciertamente desganado cuando me contaba esto por teléfono y propuso presentarme al mismo profesor que lo descubrió desde antes en un local dentro del Perú.

Ni bien me junté con el profesor sentí esa rara empatía que prende como incienso: rápido y duradero. Estuvimos conversando, leyéndonos. Lo disfruté mucho. Me dejó unos ejercicios que me han hecho sufrir estos días.

De eso se trata: lo que cuesta queda.

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